Aún recuerdo cómo recorría aquellas calles recubiertas de losas pulidas por el desgaste. Sin duda alguna el paso del tiempo y las miles de suelas de zapato que habían pasado sobre su oscura superficie las embellecían empapándolas de historia, memoria y añoranza.
Por ahí paseaba ella exenta de toda realidad y dentro del cascarón, sumergida en su mundo esponjoso y azucarado, caminando todavía sobre un suelo imaginario de algodón configurado por infinitas ilusiones. Poco le faltaba para iniciar la cuenta atrás hacia la decadencia de su castillo de princesas: muros infranqueables comenzaban a ser amenazados por atisbos de adultez...aquella hiedra venenosa conseguía, poco a poco, abrirse paso entre las grietas de la ya desgastada infancia, corrompiéndolo todo.