Dos horas más tarde me encontraba con él compartiendo el sudor frío de la desesperación, que se entrelazaba con la agonía interna que conformaba mi vida, una vida tachada por la turbidez de una calma plastificada.
Y mientras fantaseaba con que los brazos de esa persona eran las puertas abiertas del hogar cálido que tanto había añorado, pensé que por fin había encontrado mi sitio en el mundo. En aquel mundo que no había sido hecho para mí.